Es un libro que consta de pequeños relatos, algunos incluso no sobrepasan las 6 líneas, pero tienen un calado increíble. Hay que tener un don para ser capaz de escribir algo que te llegue al corazón en tal sólo 6 líneas.
Los relatos son variados, ambientados en los diferentes paises en los que vivió exiliado Eduardo Galeano y en aquellos en los que estuvo de paso. Algunos hablan de la guerra, de la dictadura uruguaya, del amor. Todos ellos cargados de una fuerza y una profundidad combinadas con una gran sencillez. Y ahí es dónde está la gracia.
Es un libro que después de 12 años releeo muchas veces, y es curioso como a medida que pasa el tiempo, que vivimos diferentes experiencias (por ejemplo, ser madre) el peso y el efecto de ciertos relatos varía. Algunos que, en principio, con 23 años no te "movían" nada, ahora cobran un significado diferente, los entiendes, te empatizas con ellos.
En fin, un libro para toda la vida, escrito con mucha sencillez pero con mucha profundidad, como ya he dicho antes, y que invita a reflexionar.
Os voy a transcribir una de mis historias favoritas (a los 23 y a los 35) para que os hagáis una idea de lo que intento expresar. Que lo disfrutéis:
La frontera del arte
"Fue la batalla más larga de cuantas se pelearon en Tuscatlán o en cualquier otra región de El Salvador. Empezó a medianoche, cuando las primeras granadas cayeron desde la loma, y duró toda la noche y hasta la tarde del día siguiente. Los militares decían que Cinquera era inexpugnable. Cuatro veces la habían asaltado los guerrilleros, y cuatro veces habían fracasado. La quinta vez, cuando se alzó la bandera blanca en el mástil de la comandancia, los tiros al aire empezaron los festejos.
Julio Ama, que peleaba y fotografiaba la guerra, andaba caminando por las calles. Llevaba su fusil en la mano y la cámara, también cargada y lista para disparar, colgada del cuello. Andaba Julio por las calles polvorientas en busca de los hermanos gemelos. Esos gemelos eran los únicos sobrevivientes de una aldea exterminada por el ejército. Tenían dieciséis años. Les gustaba combatir junto a Julio; y en las entreguerras, él les enseñaba a leer y fotografiar. En el torbellino de esta batalla, Julio había perdido a los gemelos, y ahora no los veía entre los vivos ni entre los muertos.
Caminó a través del parque. En la esquina de la iglesia, se metió en un callejón. Y entonces, por fin, los encontró. Uno de los gemelos estaba sentado en el suelo, de espaldas contra un muro. Sobre sus rodillas, yacía el otro, bañado en sangre; y a los pies, en cruz, estaban los dos fusiles.
Julio se acercó, quizá dijo algo. El gemelo que vivía no dijo nada, ni se movió: estaba allí, pero no estaba. Sus ojos, que no pestañeaban, miraban sin ver, perdidos en alguna parte, en ninguna parte; y en esa cara sin lágrimas estaba toda la guerra y todo el dolor.
Julio dejó su fusil en el suelo y empuñó la cámara. Corrió la película, calculó en un santiamén la luz y la distancia y puso en foco la imagen. Los hermanos estaban en el centro del visor, inmóviles, perfectamente recortados contra el muro recién mordido por las balas.
Julio iba a tomar la foto de su vida, pero el dedo no quiso. Julio lo intentó, volvió a intentarlo, y el dedo no quiso. Entonces bajó la cámara, sin apretar el disparador, y se retiró en silencio.
La cámara, una Minolta, murió en otra batalla, ahogada en lluvia, un año después"
El libro de los abrazos.
Eduardo Galeano.
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